domingo, 15 de abril de 2012

Desafíos tecnológicos basados en el modelo agro-productivo, con una visión futurista hacia una agricultura moderna.

Introducción
La utilización de recursos cada vez más escasos como suelos, agua, entre otros, impulsa al hombre a repensar constantemente sus procesos de producción, bien para cambiarlos radicalmente, o bien, para incorporar en ellos mejoras tecnológicas que le permitan maximizar sus beneficios económicos y satisfacer sus necesidades.
En la agricultura, por ejemplo, la incorporación de avances tecnológicos ha permitido incrementar los rendimientos de los cultivos de manera significativa. En este caso, ante un aumento en la demanda mundial de alimentos y una oferta limitada, el hombre ha desarrollado estrategias de producción bajo diferentes enfoques tecnológicos y económicos que le han permitido mejorar el abastecimiento en este rubro.
En el desarrollo de la actividad agrícola el pensamiento clásico ha desempeñado un papel clave en el desarrollo de esta actividad. Uno de sus principales representantes, Thomas Malthus, planteó en su trabajo “Ensayo sobre el principio de la población”, publicado en 1798 (citado por Samuelson y Nordhaus, 1993), que el crecimiento de la población ocurría a un ritmo muy superior al crecimiento de la producción de alimentos; esta última aumentaba aritméticamente, mientras que la población lo hacía de manera geométrica.
La corriente maltusiana cambió radicalmente la concepción de la agricultura mundial con la denominada revolución verde. Con ésta se pensó incrementar los rendimientos de los cultivos a través del avance científico y tecnológico para satisfacer la demanda de alimentos, cada vez más creciente, de la población. Las nuevas tecnologías incorporadas al proceso productivo, paradójicamente, trajeron consigo el deterioro medioambiental, pérdida de la biodiversidad, degradación de los suelos y contaminación de aguas superficiales y subterráneas.
Esta realidad, aplicada tanto al mundo industrial como a la agricultura, pone en peligro la supervivencia del planeta, al privar lo económico sobre lo ecológico. Al respecto, Dobson (2002:148) plantea que “el sistema moderno, con toda su satisfacción intelectual, consume los cimientos sobre los cuales ha sido erigido... estamos acostumbrados a pensar en el “capital” como algo que nosotros creamos y después gastamos o invertimos”.
El fenómeno de degradación medioambiental, es decir, el consumir los cimientos de la sociedad moderna, llamó la atención de un grupo de estudiosos, quienes se preocuparon por proteger los recursos naturales. El grupo, conocido como el Club de Roma (Samuelson y Nordhaus, 1993), desarrolló una corriente de pensamiento similar a la de Malthus, por lo que, posteriormente, recibió el nombre de neomalthusiano.
Nuevos señalamientos en torno al deterioro del medio ambiente, promovieron el surgimiento de una corriente global sobre la protección del planeta, el movimiento ecologista. En oposición a su antecesora, planteó la necesidad de trabajar en función de la sostenibilidad de los sistemas de producción en la agricultura para lo cual se centra en propuestas, cuyo propósito es utilizar los recursos presentes sin comprometer la supervivencia de las futuras generaciones.
Bajo esta premisa, la agricultura debe ser orientada hacia la sostenibilidad económica, social y ambiental, es decir, lograr una agricultura socialmente justa, económicamente rentable y ambientalmente sana y de esta manera, garantizar la supervivencia del planeta.
Sin embargo, en la actualidad se observan muy pocos cambios en la forma de concebir la producción o industrialización; en la agricultura, particularmente en Venezuela, es común encontrar, por ejemplo, la utilización de productos químicos dañinos al medio ambiente y al hombre, aún cuando la mayoría de éstos han sido prohibidos en otros países.
De esta manera, la utilización de prácticas de cultivo inadecuadas y depredadoras de recursos naturales no renovables constituye un hecho innegable en las zonas con vocación agrícola en el país.
Además del tema ambiental, en la realidad venezolana se evidencian otras dificultades. La “gente del campo”, que vive en las comunidades agrícolas, enfrentan una pobreza extrema, altos niveles de deserción escolar y analfabetismo, que resultan alarmantes, tal como plantean Pérez et al. (2001).
En cuanto a la gestión pública del sector, una de las dimensiones político-institucionales del desarrollo sostenible, se observa que la inversión en obras de vialidad, infraestructura, servicios, tenencia de la tierra, entre otros, resulta casi inexistente en las comunidades agrícolas venezolanas. Los productores deben “producir” de manera eficiente y eficaz, contando con recursos económicos cada vez más escasos y superar las limitaciones en cuanto al mercadeo, transporte y almacenamiento, elementos necesarios para poder vender sus cosechas.
Ante esta realidad, resulta oportuno formularse algunos cuestionamientos en torno a diversos temas: ¿puede lograrse un desarrollo sostenible de la agricultura en Venezuela sin políticas orientadas a resolver el problema de la injusticia social que se hace evidente en el campo?, ¿la agricultura puede desarrollarse sin el apoyo político-institucional?, ¿es necesario incorporar una dimensión ética al concepto de desarrollo sostenible de la agricultura? Precisamente, el objetivo de esta investigación es realizar una reflexión teórica en torno al tema de la ética propuesta como una dimensión del desarrollo sostenible, y tratar así, de dar respuestas a estas interrogantes.
Para ello se plantean elementos conceptuales y teóricos a los fines de discutir la necesidad de considerar la ética como elemento indispensable para alcanzar el desarrollo sostenible, en una realidad compleja como la venezolana, partiendo del compromiso social de la ciencia y el carácter multidimensional del desarrollo sostenible.
                                                                                  Por: Pérez, Juan Jose

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